Es extraño encontrarse de pronto con la mirada fresca
de un niño de guardapolvo sucio. El
volver a observar cincuenta años después que están dadas las mismas
circunstancias, las mismas torceduras e intrincadas piedras en el camino, es
desesperanzador. Las voces en las aulas son las mismas, dulces y obedientes
repitiendo hasta el hartazgo a coro los rituales de iniciación que mal llamamos
educación. Pero la inocencia hace que se haga con entusiasmo y con una entrega
ciega y absoluta, como si el respetar a coro a esa orquesta estática que los
dirige fuera un salvoconducto certero de un porvenir mejor. Allá afuera sus
padres, que alguna vez tuvieron la misma mirada fresca y también escucharon
sonar dos veces la misma campana, siguen repitiendo rituales una y otra vez, cargando
nafta en surtidores, cortando ladrillos, amasando el pan o buscando trabajo. Ya
no ríen como antes, se limitan a observar sin esperanza el transcurso del
tiempo, en que éste por fin se apiade de ellos y suceda algo extraordinario
como ganar un quini. Es común
escuchar a la gente pobre mencionar el quini
cada vez que intentan convencerse de que un milagro los puede tocar y que
existe una vida diferente. Y es ahí cuando vuelven a reír sólo por unos
instantes, hasta que la realidad los cachetea y los sumerge sin tregua en los
mismos pantanos, en los mismos abismos que han estado viviendo durante años. Pero
de vez en cuando alguien llega con la ocurrencia de que todo es posible, de que
con más educación se puede alcanzar hasta lo más inalcanzable. Solo es cuestión
de que alguien corte los lazos de la impiadosa rutina para que el sonido de la
campana brame con tañidos de esperanza. Es extraño y maravilloso mirar los ojos
de un niño que empieza a escuchar.
28 de enero de 2018
24 de enero de 2018
Sandalio Alegría (cuento infantil)
Había
una vez un hombre con mucho pelo en el pecho, al que todos los niños apodaban
“El peludo”. Era feo, grande y tonto, pero tenía siempre una gran sonrisa a
flor de labios. Cuando alguien estaba triste bastaba con verlo sonreír para
alejar las angustias. Aunque los niños no lo sabían, su verdadero nombre era
Sandalio Alegría. En el bolsillo del saco llevaba siempre una rosa que por su
gallardía parecía recién arrancada del jardín. Cuando alguien le preguntaba por
ella, Sandalio contestaba: “Esta rosa es de mi país, llamada Esperanza. Allí no
hay sufrimientos y todo es color de rosa”.
Un día
de mucho calor, en que hasta los pajaritos bajaban a zambullirse en la fuente
de la plaza, Sandalio Alegría estaba exhausto. Su pelambre le daba tanto calor
que parecía una caldera en ebullición.
Una
niñita al ver que el pobre hombre estaba sufriendo le preguntó con cierto
temor, pues el hombre era muy grande y feo, y se parecía a un ogro caído en
desgracia:
-¿Le
hago unas trenzas, señor?
-Bueno,
niña-le contestó él con una voz que espantó a los pájaros.
La
pequeña, sentada en el regazo del gigante, trenzó y trenzó hasta que se le
acalambraron las manos, y el sol pálido se echó a dormir una siesta en el
horizonte, pero ella estaba decidida a ayudarlo. Cuando por fin lo logró, el
hombre dio un soplido de alivio, agitando el agua de la fuente. Es que
realmente se le había ido el calor del cuerpo y volvió a sonreír con su gran
sonrisa de ogro bueno.
-¿Qué
quieres que te regale por tu buena obra?-le dijo a la niña.
-Sólo
una moneda para un sandwichito.
-Claro
hija, y también te regalo mi rosa para que la plantes en tu jardín.
La
mendiga comió su ansiado sandwich y luego plantó la rosa en su patio de tierra
reseca.
Al día
siguiente la despertó el canto de los pajaritos. Miró por la ventana. Extrañamente
el patio estaba repleto de rosas que despedían un exquisito perfume.
Entonces,
recordó que él le había dicho que venía de un lugar en que todo era color de
rosa. Y debía ser así nomás, porque a partir de ese día la niñita nunca más
sufrió hambre vendiendo sus rosas.
Sandalio Alegría, cuento infantil de Gladys Mercedes Acevedo
20 de enero de 2018
Revista La Alcazaba
"Hablar de indios, de adelantados, de conquistadores, de injusticia social, de sometimiento de mujeres indígenas, de abandono, de mestizaje, del choque entre la cultura del maíz y la del hierro, es empezar a hablar de literatura gauchesca. Mucho se ha escrito a lo largo de la historia sobre nuestro gaucho..."
En la revista La Alcazaba (de Madrid, España) que publicó mi artículo La literatura gauchesca en el siglo XXI. Muchas gracias a su director Luis Manuel Moll Juan por su apoyo y respeto a mi trabajo literario. Estoy orgullosa de ser parte de esta edición y los felicito por tan elegante publicación. Gladys M Acevedo
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