24 de marzo de 2019

Fragmento- Rosa la Bella no fue al Cielo


"No soy yo cuando no estás, apenas soy el rastro de mi sombra esperando que devuelvas los colores a mi alma..."


Fragmento de Rosa la Bella no fue al Cielo.  
Gladys Mercedes Acevedo. Todos los derechos reservados

17 de marzo de 2019


"Y a uno lo va siguiendo la tierra, la tierra que te ha conocido, a veces como sombras llenas de memoria, y otras, solo en silencio. Pero es la tierra misma quién te anda buscando desde el principio de los tiempos. Tiene sed de peregrinos, de nuevas pisadas y de nueva historia. Llegan los animales sagrados, cantan los cuervos y hasta la cobra baila, no hay mayor deleite que ir siguiendo a la nueva tierra y que ella también vaya persiguiendo el rastro de tu memoria".

Gladys M Acevedo. Todos los derechos reservados

13 de marzo de 2019

Ha llegado la de Río Piedra


Nunca supo quién la trajo primero. Si fue el viento que entró en estampidas esa mañana o el deseo colectivo de todo un pueblo que la había estado madurando en los pensamientos durante años. Aunque allí, la tierra era tan seca, tan poco dada a la vida que ni siquiera las frutas maduraban y menos los buenos pensamientos. Pero aun así ellos la pensaban y se hablaba de su memoria todo el tiempo. Algunos la tenían a la dueña como a una mujer menuda y frágil, pero decidida; otros la habían elaborado desde el recodo de las nostalgias como a una mujer alta y elegante. En lo único que todos coincidían en ese pueblo donde nadie coincidía en nada era en su extremada belleza. Sin embargo, el que realmente sabía cómo era ella era Severino Puebla, el hombre que siempre se había atrevido a robarle, no tanto porque lo necesitara, sino por una secreta venganza tierna. Es que de todos los de su pueblo, el gaucho se consideraba con derecho a hostigar su memoria. Ella se había marchado un día dejando al hombre hecho estropajos. Nadie supo por qué se había ido en silencio. Severino la esperó, sí. Todo el tiempo que un hombre de a caballo puede esperar a una mujer: toda una vida. Así se le fueron los años en espera. Primero se le cayeron los deseos, luego las nostalgias y por último los sueños. Es que en esos parajes olvidados donde todo era pura tierra, ella era la dueña absoluta de un pueblo de vivos, de muertos e incluso de un pueblo perdido. Pero, aunque había mucha tierra, no había mucho lugar donde florecieran los deseos. El día transcurría en ese ir y venir de horizontes solo acompañado por el mate y algún perro cusco que no le reculaba a los caminos. Nadie sabía que Severino Puebla tenía la soledad enquistada en las entrañas desde que ella se había marchado, mucho menos que la causa de todos sus males era la dueña de todo Río Piedra. Pensaba que no era de hombres el andar contando los amoríos y menos de esos, los imposibles. Es que de todos modos nadie le hubiese creído. Él y ella amándose en el ranchito abandonado de la finada Jacinta. Así, Severino dedicó el resto de sus días para soñar su regreso. Pero la mujer no volvía y el amor se le fue transformando en un duro rencor. Se dedicó a robarle su ganado durante siglos como para sentirse más dueño de sus ausencias. Hasta que una mañana, al comisario se le dio por apresarlo luego de enterarse de que una vaca parió por el esfuerzo de cruzar el río.
- Ya es hora, Severino- le dijo- que pagues un poco del mal que le has hecho a esa mujer.
El reo no habló, se limitó a mirar un punto fijo de la pared, como si allí buscara el horizonte. En ese instante, la noticia que había soñado toda su vida entró de manera inesperada.
-Comisario, ella ha vuelto. Ha vuelto la de Río Piedra.
El comisario que no la conocía más que de escucharla nombrar hasta el hartazgo, salió al patio.
La dueña del pueblo era baja y menuda y unas profundas arrugas cuarteaban su belleza.
La autoridad la recibió con todas las reverencias que ella se merecía por ser dueña de todo eso. Y luego le dijo:
- Señora, adentro tengo detenido a un hombre que le ha estado robando toda la vida. Queremos saber qué hacer con él.
La mujer ya entrada en años se detuvo en el umbral de la puerta y allí lo vio. La misma espalda ancha, la misma barba espesa conteniendo el rostro amado. A Severino Puebla por primera vez en cincuenta años se le llenaron los ojos de lágrimas.
-¡Suéltelo!-le dijo casi con rabia la de Río Piedra-. El único mal que ha hecho toda la vida este hombre, ha sido robarme el corazón.



Cuento dedicado a mi querida e ilustre amiga la Lic. Marcelina De Haro. Colección Cien Cuentos para el Pombero, Gladys M Acevedo. Todos los derechos reservados

Museo Tagore. El Templo de los sueños. Por Gladys M Acevedo para elephant Minds

En Kolkata no se puede traspasar los cuidados jardines de la casa museo del célebre poeta Rabindranath Tagore, sin antes sentir la omnipotente presencia del padre mirándonos desde un pedestal del jardín esculpido en bronce, como si aún se empeñara en proteger como un cancerbero feroz la memoria del poeta. La barba y noble cabeza es tan parecida a la de su hijo que por un momento se lo confunde y uno acude a él, para rendirle pleitesía. Pero luego de reparar en el nombre debajo de la escultura, Debendranath Tagore, uno se da cuenta del error y no le presta demasiada atención. Sin embargo, la historia de esa inmensa mansión hace que te vuelvas sobre tus pasos y de nuevo le rindas honor a ese padre soñador e intentes redescubrir los más íntimos deseos que tuvo para con su hijo.  Es que es común que se diga que un padre desea lo mejor para sus hijos. Y en este caso Debendranath padre de Rabindranath, parece que premeditó a sabiendas esa laberíntica mansión repleta de habitaciones rodeada por largas galerías con pisos de mármol y deslumbrantes jardines. Todo parecía estar orquestado para crear un templo que protegiera los sueños poéticos del futuro premio nobel de literatura y salvaguardara así el rico acervo cultural de su entrañable hijo. Un niño que dio su primer estallido de vida en 1861, en un oscuro cuarto...
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Por Gladys Mercedes Acevedo para elephant Minds, marzo 2019.


8 de marzo de 2019

Mujeres

"Allí donde se posen los arrullos del mundo y las cunas se agiten en tiernos corcoveos. Allí donde alguna vez se haya engrandecido las peores traiciones de espaldas a sus sueños. Allí donde haya florecido la primavera en pleno otoño, donde se unieron las miradas cómplices o las mártires caidas. Allí donde se encostara la luna para alumbrar sus silencios o donde germinara la flor más bella. Allí donde estuviera la mano tendida sin importar los colores.

Allí, siempre allí estarán las mujeres de esta tierra."

Muy felíz día a todas las mujeres. Gladys M Acevedo. Derechos reservados a la autora.

6 de marzo de 2019

El agua arrastra el olvido

De nuevo cantan los gallos y el rugir del río que se repite acarreando a la creciente. A duras penas abro la puerta y dejo entrar al horizonte. Preparo mi lazo, aunque mi mano ya hace rato que tiembla añudado por arrugas. Aún está muy oscuro, adentro y afuera y ni siquiera el candil ilumina. Así, tal cual como esa última mañana en que te arrastró el río, en que te fuiste implorando mi auxilio. Y yo desde la canoa no pude hacer nada, ni siquiera tenía el lazo para retener tu cuerpo. Desde allá ité que una fuerte esperanza me atormenta. La misma que me ha acompañado toda una vida desde esa madrugada en que te vi guerrera peleando con remansos. Pero hace tiempo que tu figura ya no llega hasta mi puerta. Hace medio siglo que te has marchado de mi vida. Prendo un cigarro y preparo el mate para pensarte, pero no hay caso, ya no hay barro que te moldee. Aún no ha amanecido y yo miro el fuego que tiembla y se detiene y luego se apaga. Me caigo sobre la leña seca. Todo es tinieblas ahora mientras afuera ruge el río. Me pregunto si así será como llega la muerte escondiéndose entre los rescoldos. Me pregunto si esta vez mi lazo de tropero me ayudará a recuperarte. No quiero que el agua arrastre tu memoria, no quiero que el río arrastre tu olvido. Esta vez el agua llega por mí y yo sigo aferrado al lazo mientras muero.


Colección cien cuentos para el Pombero, Gladys M Acevedo. Todos los derechos reservados

Rosa la bella

"Tu final no es el mío. Tu adiós no me ha sepultado nunca. He atrapado tus sonrisas en todas las jaulas de mi memoria. Ni las histor...