"Y fueron llegando uno a uno arrastrados por la brisa tierna de los
amaneceres de Corrientes, fue así como los fue queriendo la muerte. Invisibles
y certeros, como el viento que los acunaba a su antojo en diminutas joyas que
no quería dejar partir. La tierra que los vio nacer los lloraba, clamaba por sus
voces, por sus risas, por sus silencios. El dolor
crujía en su vientre en temblores de parturienta, en angustias que echaban a
andar los tañidos lúgubres de los campanarios en un concierto de nostalgias
prematuras. La lluvia ya no era llanto, sino apenas la suma de los desencantos
compartidos. Los besos negados, los adioses no resueltos. Todos estaban allí en
una montonera de tierra y hombre. En un extraño fusionamiento de sueños y
nostalgias compartidas. Volaban como plumas desorientadas con una velocidad que
no era de este mundo. Hasta que el rocío los cobijaba en cada pétalo de flor,
en cada capullo que aún pugnaba por nacer y se abría paso, no tanto con la
fuerza monótona de la naturaleza, sino con las cataratas de las nostalgias de
los hombres. Allí se posaban en medio de las flores, entre resignados y
desconformes por los pesares inconclusos de su Corrientes. Los amores no
correspondidos atizados a fuerza de espera, los colores de sus partidos aun
luciendo en pañuelos, los domingos en familia y amigos. Todos ellos tenían una
historia para contar, aunque hubieran sido callados por la muerte. Era cierto
que a muchos los pilló en el medio del patio tomando un cimarrón con su madre,
pariendo hijos o incluso horqueteados haciendo el amor con amores prohibidos.
No hay nada más conmovedor que un hijo despidiéndose de su tierra y el eco
desgarrador de la tierra reclamando por ellos. Todo surge de manera inesperada.
Primero el silencio aterrador que precede al murmullo de las voces de
nostalgias que van creciendo como truenos desgarrados en el cielo. Ya son
pájaros libres sedientos de amaneceres de Corrientes, del brillo del Paraná
corcoveando con camalotales, del chamamé, del sapukái cerrado para siempre en
la garganta. Es feo morirse en Corrientes. Los colores del cielo dimensionados
por adioses, el aroma al pan recién horneado, el sonido inconfundible de las
poleas del aljibe buscando agua. Así los recoge el mainumby, uno a uno en cada
flor rumbo a la tierra prometida, rumbo a la misma tierra de Corrientes."
Gladys
Mercedes Acevedo. Cien
Cuentos Para El Pombero.
Todos los derechos reservados a la autora (2019)