"Y como todas las siestas la niña volvió a fusionarse en la quietud de las
aguas, el verdor de los juncos tiernos y el largo cielo, mientras que sus
perros jugaban a entretener el hambre en aquel azul intenso. Frenó su caballo
en la laguna, no tanto para que bebiera, sino también para que él formara parte
de la ineludible extensión de ese universo. Asunción Robledo repetía ese ritual
a escondidas de sus padres que le advertían del peligro de las siestas. Todos los días la observaba desde la comodidad de un
árbol añejo. Me gustaba verla venir, en aquel lugar donde a pocos metros muchos
hombres valientes dejaron escapar su último aliento. De esa batalla entre
correntinos y entrerrianos nada quedó, sólo un griterío de angueras que se
despenan por las noches de mal tiempo con ruidazos de metales de guerra. De no
ser por ese detalle, la naturaleza se encargó de enjuagar la sangre de los
excesos de los hombres. La laguna Puku es tan bella y cristalina que en nada
debe envidiar a la otra la llamada Ña'embe. Un día se escuchó el tembladeral de
un galope de caballo que venía por el camino arenoso. Me sobresalté un poco,
porque en cierto modo se parecía al alboroto de las ánimas en pena. Yo me había
encariñado con el ritual inocente de la niña y temía que alguien la dañara.
Aunque no nos conocíamos velaba por ella. Nunca me mostré por temor a asustarla
y que no regresara jamás. Una póra solitaria sabe de sacrificios. Me moría de
ganas por hablarle y enchamigarnos poco a poco. Había pasado tanto tiempo desde
la última vez que había hablado con un cristiano que tenía la lengua apelmazada
de olvido. Me sentía aliviado al darme cuenta que era su padre el que había
venido a toda carrera por ella. Asunción Robledo salió de la laguna con poca
gana, fue entonces en que él sacó el rebenque y castigó al animal para que
apurara el tranco. El caballo pegó un brinco y yo temí que ella se cayera. Me
puse de pie arriba del tronco del árbol por si debía ayudarla. En ese instante,
la niña me miró y entonces supe que ella todo el tiempo también me observaba y
repetía una y otra vez ese ritual para que yo perdiera el miedo y bajara."
De la colección Cien Cuentos para el Pombero, 2018. Autora Gladys Mercedes Acevedo.
Todos los derechos reservados. Foto: Gladys Acevedo