28 de enero de 2018

La campana llama dos veces, para Elephant Minds

Es extraño encontrarse de pronto con la mirada fresca de un niño de guardapolvo sucio.  El volver a observar cincuenta años después que están dadas las mismas circunstancias, las mismas torceduras e intrincadas piedras en el camino, es desesperanzador. Las voces en las aulas son las mismas, dulces y obedientes repitiendo hasta el hartazgo a coro los rituales de iniciación que mal llamamos educación. Pero la inocencia hace que se haga con entusiasmo y con una entrega ciega y absoluta, como si el respetar a coro a esa orquesta estática que los dirige fuera un salvoconducto certero de un porvenir mejor. Allá afuera sus padres, que alguna vez tuvieron la misma mirada fresca y también escucharon sonar dos veces la misma campana, siguen repitiendo rituales una y otra vez, cargando nafta en surtidores, cortando ladrillos, amasando el pan o buscando trabajo. Ya no ríen como antes, se limitan a observar sin esperanza el transcurso del tiempo, en que éste por fin se apiade de ellos y suceda algo extraordinario como ganar un quini. Es común escuchar a la gente pobre mencionar el quini cada vez que intentan convencerse de que un milagro los puede tocar y que existe una vida diferente. Y es ahí cuando vuelven a reír sólo por unos instantes, hasta que la realidad los cachetea y los sumerge sin tregua en los mismos pantanos, en los mismos abismos que han estado viviendo durante años. Pero de vez en cuando alguien llega con la ocurrencia de que todo es posible, de que con más educación se puede alcanzar hasta lo más inalcanzable. Solo es cuestión de que alguien corte los lazos de la impiadosa rutina para que el sonido de la campana brame con tañidos de esperanza. Es extraño y maravilloso mirar los ojos de un niño que empieza a escuchar.       

Para Elephant Minds, por Gladys Mercedes Acevedo, publicado en  agosto 2017


24 de enero de 2018

Sandalio Alegría (cuento infantil)

Había una vez un hombre con mucho pelo en el pecho, al que todos los niños apodaban “El peludo”. Era feo, grande y tonto, pero tenía siempre una gran sonrisa a flor de labios. Cuando alguien estaba triste bastaba con verlo sonreír para alejar las angustias. Aunque los niños no lo sabían, su verdadero nombre era Sandalio Alegría. En el bolsillo del saco llevaba siempre una rosa que por su gallardía parecía recién arrancada del jardín. Cuando alguien le preguntaba por ella, Sandalio contestaba: “Esta rosa es de mi país, llamada Esperanza. Allí no hay sufrimientos y todo es color de rosa”.
Un día de mucho calor, en que hasta los pajaritos bajaban a zambullirse en la fuente de la plaza, Sandalio Alegría estaba exhausto. Su pelambre le daba tanto calor que parecía una caldera en ebullición.
Una niñita al ver que el pobre hombre estaba sufriendo le preguntó con cierto temor, pues el hombre era muy grande y feo, y se parecía a un ogro caído en desgracia:
-¿Le hago unas trenzas, señor?
-Bueno, niña-le contestó él con una voz que espantó a los pájaros.
La pequeña, sentada en el regazo del gigante, trenzó y trenzó hasta que se le acalambraron las manos, y el sol pálido se echó a dormir una siesta en el horizonte, pero ella estaba decidida a ayudarlo. Cuando por fin lo logró, el hombre dio un soplido de alivio, agitando el agua de la fuente. Es que realmente se le había ido el calor del cuerpo y volvió a sonreír con su gran sonrisa de ogro bueno.
-¿Qué quieres que te regale por tu buena obra?-le dijo a la niña.
-Sólo una moneda para un sandwichito.
-Claro hija, y también te regalo mi rosa para que la plantes en tu jardín.
La mendiga comió su ansiado sandwich y luego plantó la rosa en su patio de tierra reseca.
Al día siguiente la despertó el canto de los pajaritos. Miró por la ventana. Extrañamente el patio estaba repleto de rosas que despedían un exquisito perfume.

Entonces, recordó que él le había dicho que venía de un lugar en que todo era color de rosa. Y debía ser así nomás, porque a partir de ese día la niñita nunca más sufrió hambre vendiendo sus rosas.


Sandalio Alegría, cuento infantil de Gladys Mercedes Acevedo

20 de enero de 2018

Revista La Alcazaba


"Hablar de indios, de adelantados, de conquistadores, de injusticia social, de sometimiento de mujeres indígenas, de abandono, de mestizaje, del choque entre la cultura del maíz y la del hierro, es empezar a hablar de literatura gauchesca. Mucho se ha escrito a lo largo de la historia sobre nuestro gaucho..."

En la revista La Alcazaba (de Madrid, España) que publicó mi artículo La literatura gauchesca en el siglo XXI. Muchas gracias a su director Luis Manuel Moll Juan por su apoyo y respeto a mi trabajo literario. Estoy orgullosa de ser parte de esta edición y los felicito por tan elegante publicación. Gladys M Acevedo

Leer en La Alcazaba

Rosa la bella

"Tu final no es el mío. Tu adiós no me ha sepultado nunca. He atrapado tus sonrisas en todas las jaulas de mi memoria. Ni las histor...