"No era de extrañar que a fuerza de desearlo un buen día apareciera
Tarobá. El nuevo cacique guaraní salido de las entrañas de la selva venía
precedido por su fama de guerrero valiente y carácter feroz. Los demás sabios y
ancianos de las distintas tribus le dieron la bienvenida a la ceremonia de
selección de doncellas que aplacaría el
hambre de la poderosa serpiente mbói. Las jóvenes estaban paradas debajo de
unas palmeras pindó. Todas lloraban a excepción de la más alta y hermosa de
todas que permanecía al lado de su verdugo, su padre. Su belleza era tal que
estaqueó por completo los ojos de Tarobá. En ese instante la joven Naipí
levantó la mirada y supo que era el guerrero que había estado esperando toda su
vida. Pese a la proximidad de la muerte, una felicidad incomprensible la
invadió por todo su cuerpo. Sin embargo, al reconocerse ambos sonrieron con la
desesperanza de los amores imposibles. El cacique aún antes de escuchar su voz,
nadar en el perfume de su olor, perderse en la profundidad de sus ojos, supo que
ya no podría vivir un instante sin verla. Por un momento toda la valentía que
había desplegado en las guerras ante cientos de indios que querían matarlo, se
le paralizó por completo. El miedo a que la poderosa serpiente mbói pudiera
matar a Naipí le quebró el coraje del derecho y del revés, al punto de sentirse
un niño desnudo, indefenso y sin la menor idea de cómo enfrentar el infierno.
Fue el padre de la joven quién lo terminó por desarmar cuando eligió a su hija
de entre las doncellas lloronas. Naipí lo miró resignada mientras la llevaban a
una choza donde dormiría la noche previa al sacrificio. Tarobá suplicó a los
sabios ancianos e incluso al padre de la joven y al sabio Marangatu.
-Es el sacrificio que debe hacer la tribu- le dijo
el sabio-, para que todos podamos vivir sin que la serpiente nos mate.
Tarobá, el indio que había vencido en mil guerras ya no tuvo dudas. Llevaría muy lejos a su amada de las fauces de mbói. Cuando el guerrero entró a la choza, la joven lo abrazó, no tanto con sus brazos, sino con el alma de alguien que ha recorrido cientos de vidas para encontrarlo. El instante fue efímero y sublime a tal punto que lloraban mientras se besaban. El cacique manejaba la canoa con una destreza casi irreconocible. Deseaba alejarse lo más pronto de la cercanía de la garganta del diablo, pero la corriente y el viento devoraban su avance. Cuando ya estaban a punto de cruzar se escuchó un rumor que crecía desde las profundidades de la garganta. Era la furia de mbói que reclamaba su paga. Su rabia y su fuerza eran tal que arqueó su cuerpo con una velocidad impredecible tumbando la canoa y hundiendo la tierra en varias partes por donde empezaron a caer grandes cantidades de agua que tragaron de inmediato a los enamorados."
NAIPÍ Y
LOS AMORES POSIBLES (Segunda parte). Gladys
Mercedes Acevedo.
Adaptación de la leyenda de las Cataratas del Iguazú. Todos
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