"Así,
desde el mismo día en que la conoció fue arropando su ausencia como un tesoro
bajo siete llaves sin demostrar, ni por un solo instante, que era la única
manera solapada de estar con ella. Entonces, aquel guerrero magnífico que se
había enfrentado a los filos y a las pestes de los conquistadores, a las
trampas de los infieles del Yvera y que había renunciado incluso a la muerte
por un instante de gloria, no supo qué hacer con esa aparición divina y sin
alas que había descendido de los cielos envuelta
en unas sábanas blancas, como si se tratara de un ser que no era de esta
tierra. Rosa, la bella, estaba desorientada en ese nuevo mundo que no le
pertenecía y también lo miró. Lo vio a Itá tal cual era, feo y arrugado en sus
siglos de desencantos con su casco oxidado de conquistador español y su camisa
apelmazada por el tiempo. Entonces, mientras a la joven se le desataba los
hilos de la compasión, a Itá lo sacudía un sentimiento sísmico que era muy
similar a la muerte que había añorado desde hacía siglos, pero en realidad no
era otra cosa que el más puro amor."
Fragmento de Rosa, la bella, no fue al cielo, Gladys Mercedes Acevedo
(todos los derechos reservados a la autora)