15 de diciembre de 2018

Una más del montón. Cien cuentos para el Pombero

Canta de nuevo mientras sacude la cama y levanta las colillas de cigarrillo que dejó su marido la noche anterior en el suelo, antes de dormir. No, recuerda ella, en realidad fue antes de que él la montara de nuevo con su monumental cuerpo sobre el suyo. Frágil en huesos, en años y ni hablar de las desgracias de la vida. Esa mañana le hubiese gustado reír, pero se contentaba con cantar, no fuera a ser que se le recordara la risa y decidiera tomar sus dos mudas de ropa que había heredado de su madre muerta y decidiera marcharse. Hacía tiempo que deseaba hacerlo y con frecuencia pensaba en ello. Sobre todo, esos días en que él se quejaba de las ampollas que le habían sacado el martillo y se consolaba mortificando el esqueleto de ella con movimientos bruscos, como de rabia, hasta que un espasmo lo zamarreaba de cuerpo entero y descendía de la morada para dormir. La mujer pensaba que un día de esos tendría la fuerza necesaria como para espantar a ese hombre que cada día tomaba su cuerpo por asalto sin emitir una sola palabra, así como lo hacía con los perros en celos cuando le tiraba agua. Pero, en realidad tenía ganas de hervir agua y bañarlo como a los cerdos cuando le sacaba los pelos. A veces se lo imaginaba gritando, diciendo algo más que “¿Ya está la cena?"
Siguió cantando porque cantar le hacía recordar que estaba viva. Pensaba en las palabras de María y de Juana y también en las de Elba. Todas ellas tenían algo en común: juraban marcharse.
Un día el no vino y al día siguiente tampoco y así estuvo ausente por más de dos semanas sin dar ninguna señal de vida. Ella pensó que al fin se había liberado. Y del canto pasó a la sonrisa y hasta tuvo ganas de seguir viva, porque empezó a desenredar los entuertos del dolor. Pero luego escuchó el ladrido del perro y lo vio mover su cola. Los perros son los únicos que al instante perdonan las ofensas y el mal trato y te quieren como si valieras la pena de ser querido. Lo vio abrir el portón paralizada. Lo escuchó decir algo diferente en mucho tiempo.
-Nos explotan. Los malditos negreros nos explotan. Dicen que Goya está progresando y los únicos que progresan son los malditos. Ya hemos derribado la casa de los López, la de la esquina. Esa que tenía el aljibe tan lindo y mañana continuaremos por la de los Fernández, solo nos dan masa y cortafierro es el único sonido que se escucha en la ciudad.
Ella no le respondió y se limitó a curarlo en silencio las heridas.
-¿Qué hay de comer?
-Pan de ayer.
-Los negreros dijeron que mañana pagarían, pero nos han dicho lo mismo desde el mes pasado.
Al día siguiente él no fue a trabajar. Tenía fiebre y deliraba: “Han matado a todos los malditos".
Ella puso a hervir una olla de treinta litros. Comenzó a cantar. Era lo único que la conectaba con la vida. El agua comenzó a hervir. Pensaba en las palabras de sus amigas. Golpearon la puerta. Una y otra vez con insistencia. Era el patrón que venía por él. Parecía muy enojado. Tenía una masa en la mano.
-¡Dígale a ese vago que se levante a trabajar!
Ella no respondió. Tomó la masa y se lo entregó al marido.
El hombre se levantó trastrabillando y tomó el martillo con la mano ensangrentada. Antes de caerse de nuevo en la cama lanzó el martillazo gritando: "Han matado a todos los negreros".
La mujer vio el objeto pesado surcar los aires con un sonido ruidoso como el del vuelo de una paloma. La masa se estrelló contra la olla de agua hirviendo. Esta se desparramó sobre el patrón que no tuvo tiempo de terminar el último insulto, porque el dolor de todo el cuerpo quemado lo estaqueó sobre el mismo martillo. A la mujer le dio un ataque de risa al ver al hombretón chamuscarse al rojo vivo, como lo que era, un cerdo. A ella la risa le dio nuevas ínfulas y recordó las palabras de sus amigas. Entonces agarró las dos mudas de ropa que había heredado de la finada y se marchó.

Cien cuentos para el Pombero. Gladys Mercedes Acevedo (Todos los derechos reservados)

9 de diciembre de 2018

FRAGMENTO-Rosa la bella no fue al cielo


El gran festín de la vida comenzó desde el día en que naciste, por qué sujetar los amores con suspiros, por qué no beber las copas que te place y cantar hasta el amanecer mirando a la luna, por qué no desechar a los malos amigos y reemplazarlos por soledad, cantos de pájaros y caminatas sobre hojas secas cada mañana, por qué no decir lo que realmente pensamos una y otra vez hasta que a alguien le duela el oído. No olvides que de cada festín al cual renuncias la vida se te acorta en suspiros.
Fragmento de Rosa La Bella No Fue al Cielo. Novela de Gladys Mercedes Acevedo

Todos los derechos reservados a la autora

7 de diciembre de 2018

FRAGMENTO-Rosa la bella no fue al cielo


Estoy ciego, sí. Hace muchos siglos que lo estoy. Además, la vida me ha ido demostrando que no hay que creer ciegamente en las personas, aunque un buen día, sin querer, aparece alguien como usted, que te va demostrando que vale la pena estar ciego. Que todos los horizontes, los atardeceres e incluso los amores más imposibles están allí, todos reunidos en un punto donde la gente cree. No sé si fui yo quien la trajo aquí con mis pensamientos o simplemente fue usted quién se apiadó de ellos. A menudo desde el umbral de mi ceguera me apiado de los hombres que son incapaces de ver, aunque gocen de buena vista.


Fragmento de Rosa La Bella No Fue al Cielo. Novela de Gladys Mercedes Acevedo
Todos los derechos reservados a la autora

5 de diciembre de 2018

Crónica de la paloma y el mar


Están allí, casi siempre en solitario. Miran, se hipnotizan y se maravillan con ese extraño éxodo, con el golpe exacto en que las olas sueltan a su orilla y de nuevo se sumergen en los abismos del retorno. No lo hacen en silencio. Se retiran con estruendos de nostalgias. Sí. Es un complejo desprendimiento de vida y muerte. Todo allí parece gobernado por el mundo de los retornos. Le sorprende la libertad de los libres, la sal del desamparo y la aberración al tiempo. Comprende lo incomprensible, que hay una profundidad que siempre gobierna y gesta. Que siempre está allí como una manifestación de lo imposible. Observa maravillada la inmensidad de ese mundo que es ajeno a las alas que la habitan. Compara. Sí. También las olas regresan siempre, sin aviso previo como los amores de los hombres que no entienden de despedidas. Llegan una y otra vez enlutados de esperanza sabiendo que el abismo está a su espalda y los espera.

Colección Cien cuentos para el pombero. Gladys Mercedes Acevedo. 
Todos los derechos reservados a la autora

25 de noviembre de 2018

La bondad


Y existen en el mundo. Yo me he cruzado con ellos. Son muy pocos y no son duendes, ni bestias, son simplemente hombres de carne y hueso, simples mortales y en eso radica su grandeza. Son personas que en su esencia desbordan generosidad y no dudan ni por un instante en compartir con extraños el caudal de la magia del mundo que los rodea. Están en las montañas, en palacios o en casas de barro. Son incapaces de cortar un yuyo o una rama sin ningún motivo justificado y nunca pasan por al lado de un animal herido sin ayudarlos. A veces te sorprenden regalándote castillos, plantaciones de olivares o simplemente el caudal de su tiempo. Los hay, sí los hay. Aquellos seres de bondad diseminados por el mundo. Yo te aseguro que he tenido la fortuna de encontrarlos.

Cien Cuentos Para El Pombero. Gladys Mercedes Acevedo. Todos los derechos reservados

10 de noviembre de 2018

La Cortesana


Es así como te pierdes en el umbral de los libros, buscando aquí y allá mundos perdidos donde almas menos viles han de compadecerse de tus labios rojos y tus pecados. De tu arrojo irreverente ante la vida, el de ir bordeando la muerte y de vez en cuando la vida. Sí, la vida, esa que te enseñaron desde niña a degustarla entre cantos de gallos y fragor de medianoche. Sé que te sientes cómoda allí, en el vientre blando que te acuna y donde puedes liberar todos tus infiernos y empezar una nueva historia. Te duermes acariciando las hojas y las plumas dulces que te van redimiendo a medida que escribes mientras el crepúsculo avanza. Y te quedas dormida apenas, mientras allá afuera de nuevo empieza la vida. Te quedas dormida apenas soñando que no existirá otra noche.
Colección Cien cuentos para el pombero. Gladys Mercedes Acevedo. Todos los derechos reservados a la autora

2 de noviembre de 2018

La resignación

La resignación no es un camino ancho y lineal algunos tienen escaleras sin peldaños y otros pueden tener suelos resbaladizos o con grietas profundas y sin final. Por allí se suelen extraviar muchos hombres, cobardes por lo general, los que no quieren levantar la voz, los que fingen no ver las injusticias. Así van resignando hijos, historias e incluso amor, pero aún chapalean con cierta esperanza engañadora. Hasta que un buen día resignan sus sueños y descubren que allí se terminan los caminos. No es raro que de tanto resignar también deban hacerlo con sus vidas y ahí les sobreviene la muerte. Bueno, uno de las tantas en ese largo camino de resignaciones.

Cien Cuentos Para el Pombero.
Gladys Mercedes Acevedo. Todos los derechos reservados.

25 de octubre de 2018

Jaén en castillos

Jaén en castillos, en susurros de aguas regadas por vientos de olivares que apañan silencios de amores contrariados. 
Jaén en verde mar de atardeceres de historias y dragones encallados, de caballeros sin rumbos en el tiempo y otros que lo rescatan. 
Sí, Jaén, la misma que suspira olivares y sueños de nunca olvido. Aquella la de las piedras engrandecidas en murallas que han detenido a invasores y perpetuado al tiempo. 
Jaén la dulce, la de los pasos felices, la que contiene el huerto de hespérides sellado en un nombre inolvidable.

Gladys Mercedes Acevedo. Todos los derechos reservados

20 de octubre de 2018

El Peregrino


El peregrino sabe que hay algo más detrás del silencio, de esa inmensa morada que acurruca los suspiros de la gente. Sabe que hay una música etérea y perfecta detrás del basto mundo que nos va juntando sin querer, como si fuéramos una pieza más de los eslabones perdidos. Sabe de las carencias y de los miedos de los que se buscan sin conocerce. 
El peregrino sabe del instante exacto donde se gesta la consistencia de la añoranza. Entonces se detiene y mira más allá del silencio.


Gladys Mercedes Acevedo. Todos los derechos reservados

13 de octubre de 2018

Rosa, la bella, no fue al cielo (fragmento)


"Así, desde el mismo día en que la conoció fue arropando su ausencia como un tesoro bajo siete llaves sin demostrar, ni por un solo instante, que era la única manera solapada de estar con ella. Entonces, aquel guerrero magnífico que se había enfrentado a los filos y a las pestes de los conquistadores, a las trampas de los infieles del Yvera y que había renunciado incluso a la muerte por un instante de gloria, no supo qué hacer con esa aparición divina y sin alas que había descendido de los cielos envuelta en unas sábanas blancas, como si se tratara de un ser que no era de esta tierra. Rosa, la bella, estaba desorientada en ese nuevo mundo que no le pertenecía y también lo miró. Lo vio a Itá tal cual era, feo y arrugado en sus siglos de desencantos con su casco oxidado de conquistador español y su camisa apelmazada por el tiempo. Entonces, mientras a la joven se le desataba los hilos de la compasión, a Itá lo sacudía un sentimiento sísmico que era muy similar a la muerte que había añorado desde hacía siglos, pero en realidad no era otra cosa que el más puro amor."


Fragmento de Rosa, la bella, no fue al cielo, Gladys Mercedes Acevedo 
(todos los derechos reservados a la autora)

27 de septiembre de 2018

La aldea-Cien cuentos para el Pombero


Ahora me asfixia la aldea. Observo y me duele las mordeduras de las serpientes trepándose con ruidos ostentosos aquí y allá, haciendo verdadero alarde de la muerte y de los cielos. Como si la muerte fuera para alguien una victoria. Como si matar la historia no fuera ajusticiar la propia memoria. Esa que alguna vez perteneciera a un padre o a algún abuelo. Pero dicen que las serpientes vienen a este mundo sin memoria y que esquivan todo dolor. La desolación de los días yermos y oscuros se aproximan. Solo sobrevivirán las serpientes, esas que escalan los cielos de su tierra. Con el tiempo tendrán su victoria y beberán desesperadas de su propio veneno. Pero eso es lo que menos importa, porque las serpientes vienen al mundo sin memoria.


Cien Cuentos Para El Pombero. Autora Gladys Mercedes Acevedo

22 de septiembre de 2018

Libertad

Tengo alas y no sé bien qué hacer con ellas. Me asusta la inmensidad y el abismo que se abre ante mis ojos. Me debato entre ese cielo inmenso que dimensiona mis ganas y el viento que palpa mis miedos. Y sin embargo, tengo alas. ¿Quién me ha comparado con sus ángeles? ¿Quién me ha puesto este tembladeral de libertad en mi espalda?

Ya me llaman los abismos del mundo, me estremecen sus ecos en las paredes de mi alma. Me despido de la tierra con nostalgia porque a pesar del miedo tengo alas. 

Gladys M Acevedo

13 de septiembre de 2018


Una tarde, un grupo de voluntarios trajeron a lomo de caballo al cura, a ese que tanto se había negado a bendecir la iglesia que ahora llamaban La capilla del diablo. Al verlo llegar, el gringo Tomasella con su arreador en el hombro, logró a duras penas controlar su cuerpo, pero nunca sus malos pensamientos respecto a ese cura que había osado despreciar a su iglesia. Así, con la rabia a cuestas se limitó junto a su amada nieta a controlar los pormenores de la ceremonia inaugural. Por un instante, la pequeña miró los ojos profundos y las cejas de Mefistófeles enojado de uno de los personajes que adornaba el escalofriante retablo y ya no tuvo dudas. Su abuelo se había retratado en el Capo Giúdicce, en el Ser Supremo que anotaba los pecados del mundo...
Gladys M Acevedo

31 de agosto de 2018

Goya, protagonista de la historia Argentina


Hay ciudades que no pasan desapercibidas dentro de un contexto histórico y geográfico determinado, es decir no son un punto más imprecisos e indefinidos en el mapa de una provincia, sino que tienen un protagonismo tal que sobresalen y trascienden con un nombre propio. Tal es el caso de Goya, que además de ser la segunda ciudad de la provincia de Corrientes tuvo una preponderancia significativa dentro del contexto histórico argentino. Si hablamos del italiano Giuseppe Garibaldi, nos remitimos a Goya, si hablamos de Camila O´Gorman, Uladislao Gutiérrez y Juan Manuel de Rosas, regresamos a Goya, Si hablamos de la Batalla de Ñaembé y sus grandes protagonistas (Santiago Baibiene, Plácido Martínez, José Hernández, autor del Martín Fierro, Julio A. Roca) de nuevo recurrimos a Goya. Si hablamos del teatro más antiguo de la Argentina, de nuevo estamos aquí, situados en este punto abriendo un importante polo cultural para el país y el mundo. Y ni hablar de su historia local con sus emblemáticas y valientes protagonistas mujeres como lo fueron Gregoria Morales Alegre (primera pobladora del lugar), Sinforosa Rolón e Isabel King.

Entonces, cuando hablamos de esa ciudad que se fue originando a fuerza de la costumbre de amarrar en su puerto a los barcos, de repetir de manera incansable ese apodo de mujer, de protagonizar historias profundas y a veces sangrientas, sin dudas estamos hablando de Goya, de la ciudad como verdadera protagonista de la historia.

Todos los derechos reservados a la autora. Gladys M Acevedo.
Foto: Lugar significativo de Goya. Antigua casona con altillo que pertenecía a Pablo Antonio Fernández donde Camila O' Gorman solía tocar el piano. El patrimonio protegido es uno de los mayores atractivos turísticos del mundo. Ejemplos: Colonia Uruguay, Victoria Entre Ríos, San Antonio de Areco. El patrimonio arquitectónico es la memoria de una ciudad y como tal debe ser cuidado, respetado y protegido.

26 de agosto de 2018

La Traición-Cien Cuentos Para El Pombero


Al principio de los tiempos y antes de que concluyera el séptimo día, Tupá (Dios guaraní) se sentía generoso y decidió darle alas a todos sus criaturas, bestias y cristianos sin excepción. No quería diferencias en la tierra porque sabía que esto solo generaría discordias. Sin embargo, nadie volaba. No sabían cómo hacerlo porque esa gracia sólo eran atributos de los ángeles del cielo. Marangatú el sabio de la tribu y la mano derecha de Tupá, era el único que volaba, pues tenía amplia sabiduría y conocía a la perfección el secreto. Un día se apiadó de los cristianos al ver que se paseaban sin rumbo con sus alas inútiles que colgaban de sus espaldas. Entonces decidió enseñarles. Empezó por su mejor amigo confiando en su gran lealtad y en el cariño sincero que le tenía. Este empezó a volar cada vez más alto y se maravilló con las cosas que podía encontrar más allá de su tierra y de cómo todos lo miraban admirados. Al tercer día deseó tener los mismos conocimientos y toda la sabiduría y las posesiones .de su sabio amigo. Hasta quiso ser mano derecha de Tupá. Cada día que pasaba empujaba a Marangatú para desplazarlo del aire y que se estrellara. Un día le robaba un conocimiento y al otro día otro y le mostraba a todo el mundo sus logros como si fueran propios. Al erudito le quedaban apenas migajas de secretos, pero él le seguía ayudando a su amigo. El Dios guaraní sonreía al ver la perplejidad del sabio traicionado. Quería saber cómo resolvería tal dilema.
-¿Nunca le dirás que sabes que te ha robado?- le preguntó Tupá.
-No.-le dijo el sabio- Él sabe que yo lo sé y que me queda un solo secreto.
Al día siguiente Marangatú vio venir a su amigo desde el horizonte con sus alas blancas aureoladas de arrogancia. Lo vio descender, enrollar sus alas y mirar sus ojos como si tal cosa. El sabio le sonrió con bondad y le dijo:
- Me queda un sólo conocimiento. Pero te lo daré en el aire mientras volamos empardados, como cuando éramos niños y corríamos juntos.
.-Estoy dispuesto a todo- le dijo-. Deseo tener la suma de todos tus conocimientos.
Sabiendo que luego de obtenerlo lo mataría sin piedad y sería él la mano derecha de Tupá.
Volaron con rumbo desconocido ante los ojos absortos de la tribu. Ya en el aire Marangatú le dijo:
- Para que te pueda dar este último conocimiento primero debo cortarte las alas.
A esas alturas el amigo se sentía un ser poderoso y pensaba que el sabio en nombre de la amistad le entregaría todos sus secretos.
Le extendió las alas confiado y Marangatú se las cortó a ambas por la mitad. Mientras caía al vacío creía ver los ojos del sabio que se iluminaban con un color desconocido en la tierra. Era la fuente de la sabiduría que le había dado Tupá. Antes de estrellarse contra el piso el sabio le enumeró todas y cada una de las traiciones que había cometido.
-Tu ambición te ha segado- le dijo-. Si no me hubieras traicionado yo hubiese compartido todo contigo.


Cien Cuentos Para El Pombero. Por Gladys Mercedes Acevedo. Todos los derechos reservados a la autora

20 de agosto de 2018

Fragmento de Cien Cuentos para el Pombero


"Uno toma dimensión del horizonte cuando empieza a extrañar. El correntino ha heredado de la raza guaraní el apego por la libertad y del español, no solo la guitarra y el caballo, sino algo mucho más intenso que le nace de las entrañas mismas del corazón: la extrema melancolía por su tierra. No hay sangre más intensa que aquella que se debate entre la libertad y el querer regresar. Nuestros duendes que fueron creados a nuestra imagen y semejanza no estuvieron exentos de estas mismas inquietudes. Por eso no es raro verlos por allí buscando lo que han guardado, soñando con algún día poder regresar."


Fragmento de Cien Cuentos para el Pombero. Por Gladys Mercedes Acevedo. Todos los derechos reservados.

30 de julio de 2018

El mito ya es una realidad en la ciudad de Goya, Corrientes


Con el nuevo Museo de Mitos y Leyendas Guaraníes se incrementó en un ochenta por ciento la visita al museo que está ubicado en calle José María Soto 801. Desde que se inauguró este importante faro cultural en Goya se da una modalidad curiosa. Antes con el Museo Gauchesco Curuzú eran los padres los que traían a sus hijos a visitar, ahora la situación se ha invertido, porque son los niños los que traen a sus padres a conocer a los duendes o póras guaraníticos. De esa manera se produce una importante conexión cultural y familiar entre padres e hijos. Es un aprendizaje simultaneo y espontaneo en las familias dado que, entre medio de bromas, miedos y risas que producen las imágenes de estos seres mágicos, también generan un avance en el respeto y amor hacia nuestras raíces culturales y sobre todo a la preservación de la naturaleza y el medio ambiente. Los guaraníes fueron un grupo étnico sabio, porque de algún modo se las ingeniaron para transmitir de generación en generación a través de la transmisión oral, dado que no conocían la escritura, este conocimiento ancestral a sus hijos creando ingeniosamente estos mitos y leyendas que prevalecen hasta nuestros días. Aunque detrás de cada mito o leyenda siempre está un trasfondo de verdad o realidad, es por eso que se dice que estos seres tienen las imágenes de quienes los crean. De ahí que de nuevo nos tenemos que remitir a los textos bíblicos y a la marcada influencia jesuítica de nuestras leyendas "fueron creados a su imagen y semejanza" el número tres y el siete, números bíblicos que es recurrente y está permanentemente presente en las metamorfosis o castigos de Tupá (Dios guaraní) como el caso de la leyenda del Caráu o el mito del lobizón. De modo que no es casual que la mayoría de nuestros duendes son seres tutelares de la naturaleza. Impronta que está arraigado y prevalece siempre en toda la mitología y filosofía guaranítica. Eso se nos ha transmitido en nuestro ñanderekó o "ser correntino". El no matar indiscriminadamente, cuidar a los árboles y a los animales que lo habitan, cazar lo necesario para vivir. Nuestros ancestros consideraban que el ser no muere nunca, todo vuelve a la tierra y crece para alimentar a las generaciones venideras. Todo es sagrado, todo es vida, todo es un movimiento eterno. Por eso y muchas cosas más larga vida al guaraní.
Todos los derechos reservados a la autora, 
Gladys Mercedes Acevedo (27/ 7/ 2018) 

11 de junio de 2018

La Ciudad de las Bestias

"El hombre abrazó uno a uno cada escombro, cada partícula de historia que le derribaban y supo entonces que en la ciudad de las bestias todo final amargo respondía siempre al cultivo de los desencuentros. No obstante, decidió quedarse, remover los escombros y refundar ese pueblo olvidado, aquel que respondiera al de su memoria. Al día siguiente llegaron varios con picos y palas para ayudarlo. El nunca supo de donde habían salido o que fuerza extraña los impulsaba a trabajar sin descanso. A la semana ya no había espacio para tantos y tuvo que decirles que se fueran, que regresaran a sus hogares. Pero nadie lo hizo. Se limitaron a mirarlo fijo, con ese dejo de melancolía que los impregnaba. Todos trabajaban en silencio, parecía que sabían de memoria sus tareas..."

De la colección Cien Cuentos para el Pombero, 2018. Autora Gladys Mercedes Acevedo.
Todos los derechos reservados.

11 de mayo de 2018

Diario de un Pombero


"Y como todas las siestas la niña volvió a fusionarse en la quietud de las aguas, el verdor de los juncos tiernos y el largo cielo, mientras que sus perros jugaban a entretener el hambre en aquel azul intenso. Frenó su caballo en la laguna, no tanto para que bebiera, sino también para que él formara parte de la ineludible extensión de ese universo. Asunción Robledo repetía ese ritual a escondidas de sus padres que le advertían del peligro de las siestas. Todos los días la observaba desde la comodidad de un árbol añejo. Me gustaba verla venir, en aquel lugar donde a pocos metros muchos hombres valientes dejaron escapar su último aliento. De esa batalla entre correntinos y entrerrianos nada quedó, sólo un griterío de angueras que se despenan por las noches de mal tiempo con ruidazos de metales de guerra. De no ser por ese detalle, la naturaleza se encargó de enjuagar la sangre de los excesos de los hombres. La laguna Puku es tan bella y cristalina que en nada debe envidiar a la otra la llamada Ña'embe. Un día se escuchó el tembladeral de un galope de caballo que venía por el camino arenoso. Me sobresalté un poco, porque en cierto modo se parecía al alboroto de las ánimas en pena. Yo me había encariñado con el ritual inocente de la niña y temía que alguien la dañara. Aunque no nos conocíamos velaba por ella. Nunca me mostré por temor a asustarla y que no regresara jamás. Una póra solitaria sabe de sacrificios. Me moría de ganas por hablarle y enchamigarnos poco a poco. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que había hablado con un cristiano que tenía la lengua apelmazada de olvido. Me sentía aliviado al darme cuenta que era su padre el que había venido a toda carrera por ella. Asunción Robledo salió de la laguna con poca gana, fue entonces en que él sacó el rebenque y castigó al animal para que apurara el tranco. El caballo pegó un brinco y yo temí que ella se cayera. Me puse de pie arriba del tronco del árbol por si debía ayudarla. En ese instante, la niña me miró y entonces supe que ella todo el tiempo también me observaba y repetía una y otra vez ese ritual para que yo perdiera el miedo y bajara."


De la colección Cien Cuentos para el Pombero, 2018. Autora Gladys Mercedes Acevedo.

Todos los derechos reservados. Foto: Gladys Acevedo

26 de abril de 2018

El secreto

"Estaba allí, en aquel lugar escondido donde no sé por qué extraña razón nunca más volvería a pasar los dedos de la creación, como si se hubieran olvidado de esa parte de la tierra y los árboles quedaron suspendidos en el medio del aire, esperando a la tierra para que les cobijara las raíces. Pero aun así crecían, no tanto aferrados a la savia del aire, sino a la memoria de los tiempos. Quedé admirado de cómo el verde prehistórico aún se desparramaba musgoso tapando aquí y allá las formas de las cosas e incluso trepaban por unos acantilados que abrían sus bocas escupiendo raíces gordas y deformes como si se trataran de víboras gigantes. Mas allá estaban las esculturas en formas de pelotones de extraños seres, algunos se parecían a monjes gigantes que encapuchados y con la cabeza gacha rezaban con las manos juntas quien sabe a qué dioses. Yo que venía de un mundo donde ya no cabían las sorpresas, los admiré pensando que solo rezaban para despertarse. Una arena muy blanca recorría de punta a punta un camino que se bifurcaba entrando aquí y allá por cientos de pasadizos. Me quedé muy quieto escuchando por primera vez el murmullo suave de un arroyo, miré para todos lados, pero no había rastros de agua. Entonces adapté mi mirada a ese mundo extraño y las vi. Unas burbujas saltaban desordenadas por sobre la arena dormida y me revelaron que el arroyo pasaba por debajo de ella. Tenía sed y me agaché a escarbar desesperado, pero el agua se escurría de entre mis dedos tan pronto como la arena volvía a taparlo. Aunque ya era tarde para esa hora de la mañana, el rocío seguía cayendo como una llovizna tierna de las hojas de los árboles. Bebí esa agua mientras escuchaba cantar a los pájaros con un trinar incesante, como si allí, en vez de tiempo se deslizaran las circunstancias más bellas de la tierra."

EL SECRETO. Colección Cien cuentos para el Pombero. Autora: Gladys Mercedes Acevedo (2018, todos los derechos reservados)


23 de abril de 2018

Cien cuentos para el Pombero


"No se puede luchar contra el Yvera, donde todo es un continuo movimiento, donde hasta la cuna en un instante se transforma en destierro. Pobre de los que no tienen un anclaje firme o no respetan su pasado, a esos solo los amontonará el viento en el lugar donde moran los apatridas. Allí dicen que no existen los buenos recuerdos y que además está gobernado por un ser maléfico y sin memoria."
Colección Cien cuentos para el Pombero, 2018. Autora: Gladys Mercedes Acevedo. Todos los derechos reservados

Crónicas de un compadrito


Oliverio Márquez jamás se sintió tan vivo, pese a que sabía que veinte minutos más tarde, iba a morir. Pasó como siempre por delante del valle de malevos, saludó a algún que otro amigo y se detuvo a esperar en esa ochava tan conocida. Miró por última vez cada recoveco y aspiró uno a uno el aroma de esa esquina donde alguna vez conociera la gloria, donde alguna vez fuera feliz. La bosta y el orín de los caballos se entremezclaban con el olor del café y el perfume barato de alguna pupila. Fumaba tranquilo, y sólo el traqueteo del tranvía, que adivinaba a lo lejos, lo perturbaba. Por la hora sabía que era el número veinte, cómo olvidarlo si ese fue el mismo que tres años antes le trajera el amor.
En esa ocasión, Olga Ríos llegó como un viento de esperanza a su vida y hasta su madre, que tenía una fuerte tendencia a contradecir, estuvo de acuerdo en que ella era la mujer ideal.
-Es una buena percanta- le dijo, luego de revisarle la hilera de dientes y la firmeza de la nalga.
Y él tomó sus palabras como un signo de aceptación. Su madre tenía experiencia con las mujeres, era la catadora oficial de la Zwi Migdal, la madama más renombrada de toda Pichincha.
Esa tarde, mientras esperaba al Paisano Díaz, las recordó a ambas con rencor. Las dos lo habían traicionado, una huyendo con su mejor amigo y su madre colgándose del horcón. Sólo le quedaba de ella la dentadura postiza y un cofre lleno de latas.
Un sacudón seco detuvo a los caballos que tiraban del tranvía. Bajó el Paisano Díaz con su melena grasienta, su pantalón de fantasía y su sombrero alón. Tenía los suecos más altos que de costumbre y retumbaron en los adoquines con cierta gallardía siniestra. Detrás de él se apersonó el Cara de Madera y el Tano Mussolino. Era imposible que no vinieran a presenciar ese duelo. Ambos tenían estampada en su cara la marca inconfundible del cuchillo de Oliverio Márquez. 
Al verlos llegar, la gente se reunió en la vereda para apiadarse del condenado. "Es que nadie sabe que muerto no es el que se entierra, sino el que camina con la muerte", pensó Oliverio Márquez con cierto rencor. Hacía tiempo que un bulto en el tórax le acordonaba la vida al enemigo más feroz del Paisano Díaz. El cáncer lo había llevado a la cúspide de la desesperación. Quiso seguir los pasos de su madre, pero desde niño sabía que la forma más honrosa de morir era a punta de cuchillo y no encontrado sin pena ni gloria en algún zaguán oscuro como un perro sin dueño.
-Un malevo debe morir con gloria- le había dicho la noche antes a una pupila del Petit Trianón.
Y ella se rió con tanta tristeza que lo hizo reflexionar.
-Ya se- le dijo Oliverio de mala gana -la muerte es una sola., lo mire por donde se lo mire.
La joven se levantó de la cama y se colgó un rosario en el cuello.
-Pide por mi libertad cuando estés allá- le dijo-. Y dile al diablo que Luis Migdal duerme sin guardaespaldas.
El Paisano Díaz caminó en su dirección con desgano, parecía que era él el que iba a morir. Y era así en realidad. Hacía tanto tiempo que odiaba a este hombre, que estaban hermanados por un rencor intenso. Tal era así, que ninguno de los dos concebía la vida sin el otro. La noche anterior, el Paisano le ofreció todos sus ahorros para que tomara el Porteño y recurriera al mejor médico de Buenos Aires. Pero no. Él muy orgulloso le había dicho: "mi hora está en tus manos, Paisano."
Los hombres se miraron con un respetuoso silencio antes de sacar el cuchillo e hincar sus rodillas en la vereda. Pelearían como siempre, el Paisano Díaz de frente y Oliverio Márquez de costado. Los cuchillos relampagueaban en ese atardecer de otoño. Se conocían de memoria. Oliverio más que nunca intentaba vencer a la muerte y el malevo Díaz honrar a su enemigo. Así, jadeantes y silenciosos, sus cuerpos se enredaron en un abrazo sin retorno. Entonces, el hombre que sabía que se iba a morir, escuchó a lo lejos el traqueteo del tranvía número veinte y sonrió feliz con la boca atragantada de sangre.
-¡Quien habría dicho que mi peor enemigo me iba a honrar con la muerte!
El Paisano Díaz, que nunca antes había llorado por nadie, no pudo ver con claridad al tranvía que se acercaba porque las lágrimas se lo impedían.
-¡Descansa compadre!- le dijo-. Descansa que ya llega para ti en tranvía número veinte.

Crónica de un compadrito, Gladys Mercedes Acevedo 
(cuento publicado en la revista "Juglar, el cuento ilustrado", Rosario, 2006).  Ilustración: César Acevedo

11 de marzo de 2018

El Faro

Por cada faro que se te apaga en el camino y te hace creer que la oscuridad es completa, habrá muchos faros que se irán iluminando a medida que avanzas. Lo importante y extraordinario de la vida es seguir tu camino. Aunque sea a oscuras y a tientas o en la más absoluta soledad. Con el tiempo los faros que también te buscan te irán reconociendo y vendrán por ti. Ningún camino es tan oscuro. Ningún futuro es tan incierto. Siempre habrá faros que estarán esperando por ti.


Gladys Mercedes Acevedo (2017)
Dedicado con toda mi admiración a la gran pintora costumbrista Malena Eloisa BerruetaObra Los nuevos de Catalino, de M E Berrueta, en el Museo Gauchesco Curuzú



El Baño de Mandinga en revista cubana Calle B

Mandinga llegó en el primer tren del atardecer y, aunque era muy temprano, el cielo se vio florecido de estrellas fugaces. Nadie las vio, excepto él, que tenía talento para detectar la perfección. Caminó entre los guapos de la cuadra, con su andar sereno y una leve cojera en su pierna izquierda. Estaba en la Estación Sunchales, la misma que un día lo viera partir con el alma hecha jirones del guapo más renombrado de Rosario, el Paisano Díaz. También en esta ocasión -como en aquella- lucía su ridícula corbata roja y la cicatriz de la ceja izquierda, que lo diferenciaba de los malevos y pendencieros que andaban por allí. No era feo, sin embargo su cara irradiaba una autoridad de mando que sólo se podía advertir en los dictadores más feroces. No obstante, todas las mujeres, e incluso los hombres...

Cuento de Gladys Mercedes Acevedo, publicado en la revista "Juglar, el cuento ilustrado", en Rosario, 2006 y elegido y publicado en 2017 por la Revista Calle B, Cuba

28 de enero de 2018

La campana llama dos veces, para Elephant Minds

Es extraño encontrarse de pronto con la mirada fresca de un niño de guardapolvo sucio.  El volver a observar cincuenta años después que están dadas las mismas circunstancias, las mismas torceduras e intrincadas piedras en el camino, es desesperanzador. Las voces en las aulas son las mismas, dulces y obedientes repitiendo hasta el hartazgo a coro los rituales de iniciación que mal llamamos educación. Pero la inocencia hace que se haga con entusiasmo y con una entrega ciega y absoluta, como si el respetar a coro a esa orquesta estática que los dirige fuera un salvoconducto certero de un porvenir mejor. Allá afuera sus padres, que alguna vez tuvieron la misma mirada fresca y también escucharon sonar dos veces la misma campana, siguen repitiendo rituales una y otra vez, cargando nafta en surtidores, cortando ladrillos, amasando el pan o buscando trabajo. Ya no ríen como antes, se limitan a observar sin esperanza el transcurso del tiempo, en que éste por fin se apiade de ellos y suceda algo extraordinario como ganar un quini. Es común escuchar a la gente pobre mencionar el quini cada vez que intentan convencerse de que un milagro los puede tocar y que existe una vida diferente. Y es ahí cuando vuelven a reír sólo por unos instantes, hasta que la realidad los cachetea y los sumerge sin tregua en los mismos pantanos, en los mismos abismos que han estado viviendo durante años. Pero de vez en cuando alguien llega con la ocurrencia de que todo es posible, de que con más educación se puede alcanzar hasta lo más inalcanzable. Solo es cuestión de que alguien corte los lazos de la impiadosa rutina para que el sonido de la campana brame con tañidos de esperanza. Es extraño y maravilloso mirar los ojos de un niño que empieza a escuchar.       

Para Elephant Minds, por Gladys Mercedes Acevedo, publicado en  agosto 2017


24 de enero de 2018

Sandalio Alegría (cuento infantil)

Había una vez un hombre con mucho pelo en el pecho, al que todos los niños apodaban “El peludo”. Era feo, grande y tonto, pero tenía siempre una gran sonrisa a flor de labios. Cuando alguien estaba triste bastaba con verlo sonreír para alejar las angustias. Aunque los niños no lo sabían, su verdadero nombre era Sandalio Alegría. En el bolsillo del saco llevaba siempre una rosa que por su gallardía parecía recién arrancada del jardín. Cuando alguien le preguntaba por ella, Sandalio contestaba: “Esta rosa es de mi país, llamada Esperanza. Allí no hay sufrimientos y todo es color de rosa”.
Un día de mucho calor, en que hasta los pajaritos bajaban a zambullirse en la fuente de la plaza, Sandalio Alegría estaba exhausto. Su pelambre le daba tanto calor que parecía una caldera en ebullición.
Una niñita al ver que el pobre hombre estaba sufriendo le preguntó con cierto temor, pues el hombre era muy grande y feo, y se parecía a un ogro caído en desgracia:
-¿Le hago unas trenzas, señor?
-Bueno, niña-le contestó él con una voz que espantó a los pájaros.
La pequeña, sentada en el regazo del gigante, trenzó y trenzó hasta que se le acalambraron las manos, y el sol pálido se echó a dormir una siesta en el horizonte, pero ella estaba decidida a ayudarlo. Cuando por fin lo logró, el hombre dio un soplido de alivio, agitando el agua de la fuente. Es que realmente se le había ido el calor del cuerpo y volvió a sonreír con su gran sonrisa de ogro bueno.
-¿Qué quieres que te regale por tu buena obra?-le dijo a la niña.
-Sólo una moneda para un sandwichito.
-Claro hija, y también te regalo mi rosa para que la plantes en tu jardín.
La mendiga comió su ansiado sandwich y luego plantó la rosa en su patio de tierra reseca.
Al día siguiente la despertó el canto de los pajaritos. Miró por la ventana. Extrañamente el patio estaba repleto de rosas que despedían un exquisito perfume.

Entonces, recordó que él le había dicho que venía de un lugar en que todo era color de rosa. Y debía ser así nomás, porque a partir de ese día la niñita nunca más sufrió hambre vendiendo sus rosas.


Sandalio Alegría, cuento infantil de Gladys Mercedes Acevedo

20 de enero de 2018

Revista La Alcazaba


"Hablar de indios, de adelantados, de conquistadores, de injusticia social, de sometimiento de mujeres indígenas, de abandono, de mestizaje, del choque entre la cultura del maíz y la del hierro, es empezar a hablar de literatura gauchesca. Mucho se ha escrito a lo largo de la historia sobre nuestro gaucho..."

En la revista La Alcazaba (de Madrid, España) que publicó mi artículo La literatura gauchesca en el siglo XXI. Muchas gracias a su director Luis Manuel Moll Juan por su apoyo y respeto a mi trabajo literario. Estoy orgullosa de ser parte de esta edición y los felicito por tan elegante publicación. Gladys M Acevedo

Leer en La Alcazaba

Rosa la bella

"Tu final no es el mío. Tu adiós no me ha sepultado nunca. He atrapado tus sonrisas en todas las jaulas de mi memoria. Ni las histor...