"Estaba allí, en aquel lugar escondido donde no sé por qué extraña razón
nunca más volvería a pasar los dedos de la creación, como si se hubieran
olvidado de esa parte de la tierra y los árboles quedaron suspendidos en el
medio del aire, esperando a la tierra para que les cobijara las raíces. Pero aun
así crecían, no tanto aferrados a la savia del aire, sino a la memoria de los
tiempos. Quedé admirado de cómo el verde prehistórico aún se desparramaba
musgoso tapando aquí y allá las formas de las cosas e incluso trepaban por unos
acantilados que abrían sus bocas escupiendo raíces gordas y deformes como si se
trataran de víboras gigantes. Mas allá estaban las esculturas en formas de
pelotones de extraños seres, algunos se parecían a monjes gigantes que
encapuchados y con la cabeza gacha rezaban con las manos juntas quien sabe a qué
dioses. Yo que venía de un mundo donde ya no cabían las sorpresas, los admiré
pensando que solo rezaban para despertarse. Una arena muy blanca recorría de
punta a punta un camino que se bifurcaba entrando aquí y allá por cientos de
pasadizos. Me quedé muy quieto escuchando por primera vez el murmullo suave de
un arroyo, miré para todos lados, pero no había rastros de agua. Entonces adapté
mi mirada a ese mundo extraño y las vi. Unas burbujas saltaban desordenadas por
sobre la arena dormida y me revelaron que el arroyo pasaba por debajo de ella. Tenía
sed y me agaché a escarbar desesperado, pero el agua se escurría de entre mis
dedos tan pronto como la arena volvía a taparlo. Aunque ya era tarde para esa
hora de la mañana, el rocío seguía cayendo como una llovizna tierna de las
hojas de los árboles. Bebí esa agua mientras escuchaba cantar a los pájaros con
un trinar incesante, como si allí, en vez de tiempo se deslizaran las
circunstancias más bellas de la tierra."
EL SECRETO. Colección Cien cuentos para el Pombero. Autora: Gladys Mercedes Acevedo (2018, todos los derechos reservados)
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