Mandinga llegó en el primer tren del atardecer y, aunque era muy
temprano, el cielo se vio florecido de estrellas fugaces. Nadie las vio,
excepto él, que tenía talento para detectar la perfección. Caminó entre los
guapos de la cuadra, con su andar sereno y una leve cojera en su pierna
izquierda. Estaba en la Estación Sunchales, la misma que un día lo viera partir
con el alma hecha jirones del guapo más renombrado de Rosario, el Paisano Díaz.
También en esta ocasión -como en aquella- lucía su ridícula corbata roja y la
cicatriz de la ceja izquierda, que lo diferenciaba de los malevos y
pendencieros que andaban por allí. No era feo, sin embargo su cara irradiaba
una autoridad de mando que sólo se podía advertir en los dictadores más
feroces. No obstante, todas las mujeres, e incluso los hombres...
Cuento de Gladys Mercedes Acevedo, publicado en la revista "Juglar, el cuento ilustrado", en Rosario, 2006 y elegido y publicado en 2017 por la Revista Calle B, Cuba
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