Al principio de los tiempos y antes de que concluyera el séptimo día, Tupá
(Dios guaraní) se sentía generoso y decidió darle alas a todos sus criaturas,
bestias y cristianos sin excepción. No quería diferencias en la tierra porque
sabía que esto solo generaría discordias. Sin embargo, nadie volaba. No sabían cómo
hacerlo porque esa gracia sólo eran atributos de los ángeles del cielo.
Marangatú el sabio de la tribu y la mano derecha de Tupá, era el único que
volaba, pues tenía amplia sabiduría y conocía a la perfección el secreto. Un
día se apiadó de los cristianos al ver que se paseaban sin rumbo con sus alas
inútiles que colgaban de sus espaldas. Entonces decidió enseñarles. Empezó por
su mejor amigo confiando en su gran lealtad y en el cariño sincero que le
tenía. Este empezó a volar cada vez más alto y se maravilló con las cosas que
podía encontrar más allá de su tierra y de cómo todos lo miraban admirados. Al
tercer día deseó tener los mismos conocimientos y toda la sabiduría y las
posesiones .de su sabio amigo. Hasta quiso ser mano derecha de Tupá. Cada día
que pasaba empujaba a Marangatú para desplazarlo del aire y que se estrellara.
Un día le robaba un conocimiento y al otro día otro y le mostraba a todo el
mundo sus logros como si fueran propios. Al erudito le quedaban apenas migajas
de secretos, pero él le seguía ayudando a su amigo. El Dios guaraní sonreía al
ver la perplejidad del sabio traicionado. Quería saber cómo resolvería tal
dilema.
-¿Nunca le dirás que sabes que te ha robado?- le preguntó Tupá.
-No.-le dijo el sabio- Él sabe que yo lo sé y que me queda un solo secreto.
Al día siguiente Marangatú vio venir a su amigo desde el horizonte con sus alas blancas aureoladas de arrogancia. Lo vio descender, enrollar sus alas y mirar sus ojos como si tal cosa. El sabio le sonrió con bondad y le dijo:
- Me queda un sólo conocimiento. Pero te lo daré en el aire mientras volamos empardados, como cuando éramos niños y corríamos juntos.
.-Estoy dispuesto a todo- le dijo-. Deseo tener la suma de todos tus conocimientos.
Sabiendo que luego de obtenerlo lo mataría sin piedad y sería él la mano derecha de Tupá.
Volaron con rumbo desconocido ante los ojos absortos de la tribu. Ya en el aire Marangatú le dijo:
- Para que te pueda dar este último conocimiento primero debo cortarte las alas.
A esas alturas el amigo se sentía un ser poderoso y pensaba que el sabio en nombre de la amistad le entregaría todos sus secretos.
Le extendió las alas confiado y Marangatú se las cortó a ambas por la mitad. Mientras caía al vacío creía ver los ojos del sabio que se iluminaban con un color desconocido en la tierra. Era la fuente de la sabiduría que le había dado Tupá. Antes de estrellarse contra el piso el sabio le enumeró todas y cada una de las traiciones que había cometido.
-Tu ambición te ha segado- le dijo-. Si no me hubieras traicionado yo hubiese compartido todo contigo.
-No.-le dijo el sabio- Él sabe que yo lo sé y que me queda un solo secreto.
Al día siguiente Marangatú vio venir a su amigo desde el horizonte con sus alas blancas aureoladas de arrogancia. Lo vio descender, enrollar sus alas y mirar sus ojos como si tal cosa. El sabio le sonrió con bondad y le dijo:
- Me queda un sólo conocimiento. Pero te lo daré en el aire mientras volamos empardados, como cuando éramos niños y corríamos juntos.
.-Estoy dispuesto a todo- le dijo-. Deseo tener la suma de todos tus conocimientos.
Sabiendo que luego de obtenerlo lo mataría sin piedad y sería él la mano derecha de Tupá.
Volaron con rumbo desconocido ante los ojos absortos de la tribu. Ya en el aire Marangatú le dijo:
- Para que te pueda dar este último conocimiento primero debo cortarte las alas.
A esas alturas el amigo se sentía un ser poderoso y pensaba que el sabio en nombre de la amistad le entregaría todos sus secretos.
Le extendió las alas confiado y Marangatú se las cortó a ambas por la mitad. Mientras caía al vacío creía ver los ojos del sabio que se iluminaban con un color desconocido en la tierra. Era la fuente de la sabiduría que le había dado Tupá. Antes de estrellarse contra el piso el sabio le enumeró todas y cada una de las traiciones que había cometido.
-Tu ambición te ha segado- le dijo-. Si no me hubieras traicionado yo hubiese compartido todo contigo.
Cien Cuentos Para El Pombero. Por Gladys Mercedes Acevedo. Todos los derechos reservados a la autora
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