11 de diciembre de 2019

ANGA, POBRE DE MI ALMA


Desde que nació en ese rancho miserable, la estrella de Prudencio Sandoval estuvo marcada en los confines del universo, en las señales de mal agüero de los animales, en el continúo chismorreo de los vecinos y hasta en las cartas de la entrañable Purita Martínez, la curandera de la Colonia Carlos Pellegrini. Si hasta daban ganas de llorar de solo ver a Prudencio tan desnutrido, tan negro y tan feo. Ni siquiera el niño tenía la fuerza o la fe en sí mismo como para creerse algo más que un renacuajo de la laguna Yvera. Al verlo pasar rumbo a la escuela montado en el matungo overo, no había un cristiano que no se compadeciera: "Anga, ahí va Prudencio pobre de mi alma".

El niño nunca sonreía y andaba envuelto en esa nube de desgracias, hasta que un día logró salvar la vida del hijo de un estanciero, un rubio tan bello que todos lo confundían con un angelito caído del cielo. Prudencio arañó la gloria. Con trabajo y caballo nuevo, cena todas las noches y cama caliente para dormir, se le enderezaron hasta las piernas. Aun así, seguía feo y nadie se explicaba que ceguera del demonio le había agarrado a Rosa Molina como para que se enamorara de un joven tan poco agraciado. El angelito, que suspiraba día y noche por Rosa, también quedó perplejo: "péina, que tiko"...


Colección Cien Cuentos Para El Pombero, Gladys M Acevedo (2019)

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