Al fin
Rosa la bella estaba sentada a mi lado. Ambos mirábamos el atardecer del Yvera
sin hablarnos. Yo porque hacía trescientos siglos que no lo hacía y ella
impactada por el corcoveo suave de los camalotales. La quietud de mi cuerpo
contradecía a esa manada de corazones que deseaba escaparse de mi pecho. En ese
instante comprendí que la magnitud de los trescientos siglos de soledad que había
experimentado desde que le vendí mi alma a un infiel del Yvera, eran nada en
comparación con el saberla imposible.
Fragmento de Rosa la Bella no fue al cielo. Novela de Gladys Mercedes Acevedo.
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reservados (2019).
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