"El
rugido precedido de un viento intenso surgió de las vísceras torrentosas del
río Yguasu. Naipí reconoció ese sonido de inmediato. Era el mismo de sus
pesadillas, el que la había estado atormentando todas las noches de su vida. Se
aferró a las piernas fuertes de su bravo guerrero y se encomendó a Tupá. Toroba
por primera vez en su vida sintió miedo, pero a diferencia de Naipí encomendó
su destino a sus fuertes brazos y peleó con las aguas bravías como en un campo
de batalla. Pero el rugido surgió con más fuerza y las aguas del Yguasu
parecían un potro embravecido que levantaban en su lomo la frágil canoa. El
cacique guaraní apenas tuvo tiempo de escuchar el grito de terror de su amada
antes de verle la cara a la gigantesca serpiente mbói. Los miró directo a los
ojos con unas antenas incandescentes mientras abría su boca con colmillos
puntiagudos. Naipí había soñado ese instante una y otra vez. Sabía cómo
vencerla y había estado tejiendo a escondidas de su verdugo, su padre, una
manta de colores. Al ver a la serpiente sacó la manta que llevaba a escondidas
en su vestido y se ató con ella al cuerpo de su amado. Ya nada los separaría.
Delante de los ojos furiosos de la serpiente besó a su amado con una pasión
desconocida en la tierra. Al ver tal osadía Mbói ya no se contentó con
devorarla, quería destruir ese sentimiento intenso que unía a los fugitivos. El
colmillo gigante desgarró la manta de colores que los envolvía y su cola
arrancó al cacique de los brazos de Naipí y lo despidió lejos de las aguas condenándolo
a convertirse en los árboles que costearían el río Yguasu, condenándolo al
exilio del amor. La serpiente, lejos de aplacar su furia, se sentía más rabiosa
aún. Entonces miró a la doncella guaraní que aún tenía su manta de colores
abrazando su bello cuerpo y por un instante un pensamiento feliz cruzó por su
mente por primera vez en su larga existencia. Entonces decidió no alimentarse
con ella. La envolvió con cuidado en un tembloroso abrazo frío y la llevó a su
morada de tiempos inmemoriales. Por primera vez la serpiente mbói deseaba
poseer algo, la quería toda para sí, para poder vencer los siglos de ponzoña de
soledad que anidaban en su alma. A la mañana siguiente Naipí despertó y vio al
monstruo durmiendo en su cueva. Entonces reparó en su manta que estaba rota y
se envolvió de nuevo en ella susurrando apenas la canción de amor que siempre
cantaba mientras tegía. En ese instante la manta pareció recobrar vida propia y
se fue extendiendo por entre medio de las aguas hasta llegar a un punto donde
se detuvo. Naipí lloró de emoción, porque en ese instante un claro de luz
iluminó a Tarobá que tenía en sus manos un pedazo de su manta. El cacique
también la vio y los ojos se le iluminaron de lágrimas, porque sabía que nunca más
se separarían. Que podría estar con ella todas las veces que quisiera
recorriendo los colores del arco iris."
NAIPÍ
Y EL ARCO IRIS. Gladys
Mercedes Acevedo.
Todos
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